martes, enero 16, 2007

El jardinero.

El pasto de mi casa lo corta un jardinero.
En mi barrio hay varios, son todos muy amables y caminan tranquilos con sus triciclos llenos de cortadoras.
Se sientan en la plaza a darle miguitas a las palomas y a conversar con los perros y los niños.
El que viene a mi casa, siempre anda con su señora que lo acompaña barriendo las hojitas y se sientan en el parque por hooooras a comer galletitas.
Hoy esperaba el colectivo a las 11 de la mañana y tres jardineros estaban sentados en una vereda tomando una bebida y conversando.
Mientras yo contaba los minutos apurada por llegar a mi destino, ellos miraban a dos zorzales pelear.
Los pájaros discutían por un gusano y los jardineros, cual espectadores, compartían opiniones:
Mira como se le encacha!
Dale, dale, tu llegaste primero, quítaselo!
Miiira el desgraciao´ como se lo arrebata!
Y así, llegó mi colectivo, me subí y ellos siguieron sentados viendo el espectáculo que literalmente madre natura les regalaba.
Me pareció digno de comentar en este blog por que si.
por que nos perdemos a los zorzales.
a los gorriones.
a las torcazas.
por esperar nuestros colectivos apurados
y mirar el reloj en vez de
el pasto,
un árbol,
o el cielo,
que están ahí siempre
cerquita.
y nosotros...
tan lejos.
Y de paso hago un mini homenaje a una gran catautora argentina,
María Elena Walsh, que escribió y canta (entre otras cientos de maravillosas canciones)
esta canción que me conmueve hasta los huesos.
"Canción del jardinero"
Mírenme,
soy feliz entre las hojas que cantan
cuando atraviesa el jardín el viento en monopatín.
Cuando voy a dormir cierro los ojos y sueño
con el olor de un país florecido para mi.
Yo no soy un bailarin
por que me gusta quedarme quieto en la tierra y
sentir que mis pies tienen raiz.
Una vez estudié en un libirto de yuyo cosas que solo yo sé
y que nunca olvidaré,
aprendí que una nuez es arrugada y viejita,
pero que puede ofrecer mucha, mucha, mucha miel.
Del jardín soy duende fiel,
cuando una flor esta triste la pinto con un pincel
y le toco el casacabel.
Soy guardián y doctor de una pandilla de flores que juegan al dominó
y después les da la tos.
Por aquí anda Dios con regadera de lluvia
o disfrazado de sol asomando a su balcón.
Yo no soy un gran señor, pero en mi cielo de tierra cuido el tesoro mejor:
mucho, mucho, mucho amor

miércoles, enero 10, 2007

LA REBEQUITA.


Esta ha sido una semana extraña.
Ha pasado algo que marcará mi vida para siempre.

Murió mi abuelita Rebeca.

El lunes tempranito, tipo 5 de la mañana sonó el teléfono

(¿por qué siempre que alguien muere suena el teléfono en la madrugada?).

En el visor ví el número de mi papá...
y lo supe...
del otro lado del teléfono la voz de Toño:

se murió la abuelita.

Medio dormida sentí una gran pena, pero también un enorme alivio, por ella.

Mi abuelita nació y vivió hasta el último día de su vida en Quillota.
Tuvo un marido y ocho hijos:
Hugo
Paulina
Oscar
Manuel
Francisco
Rebeca
Antonio
y
Luis.

24 nietos y 28 bisnietos.
Era toda una matriarca.

Quedó viuda a los 44 años y nunca se volvio a casar, hasta donde supimos,
nunca tuvo otro hombre.

Vivía en un pasaje en la población Los Paltos, en la misma casa por lo menos los últimos 35 años, con su hija Paulina que siempre la cuidó, y su nieta la Daniela.

Tuvo una vida tranquila, simple,
ni tan alegre ni tan triste,
ni tan buena ni tan mala.

Tenía asma desde chica.
Tenía un tubo de oxígeno.
Era bajita y llena de crespos.
Siempre usaba vestidos y mañanitas.
Se reía fuerte, como gritando.
Cuando encontraba guapo a un hombre decía que era "un churro".
Hacía unos cuadros con lanitas de colores.
Cocinaba rico como las abuelitas una sopita de cabellos de ángel inigualable.

Siempre fue gordita, pero una vez que la operaron de la boca bajó como 20 kilos y a todas nos decía que estábamos gordas.
Era fan de Felipe Camiroaga y de Rafa Araneda, hablaba de ellos como si fueran literalmente familiares, como que los quería.

Mi abuela siempre tenía miedo de que yo viviera sola en Santiago, desde lejos, desde su tele, la veía como una ciudad del terror, llena de ladrones y peligros.

Hace un año le dió alzheimer y se convirtió en una niña.

Vivía en su mundo de hace 80 años, veía a su mamá, a sus hermanas chicas, y así viajaba en el tiempo como quien se cambia de zapatos, nos veía a nosotros guaguas, llamaba su marido, pedía que le cerraran la puerta de su pieza convencida de que era la puerta de la calle.

Y quizás lo era, para ella este año su vida empezaba y terminaba en su pieza,

llena de cristos y vírgenes,
de rosarios y santitos.

La última vez que la ví viva nos decía que éramos una banda de música y nos obligó a cantarle el cumpleaños feliz, nos pedía que nos apuráramos, que ya nos tocaba cantar, que nos arregláramos.

Un par de meses antes de morir los hermanos decidieron llevarla a un hogar, para descanso de mi tía que la cuidaba y para que la atendieran bien, con una enfermera todo el día.

En cuanto la sentaron en su nueva pieza volvió en sí, y los retó a todos!!, que como la iban a dejar ahí, que qué se creían, que eran malos hijos. Nadie entendió nada y entre gritos y llantos decidieron devolverla a su casa. En cuanto llegó a su pieza el alzehimer volvió a su lugar y la convidó a olvidar todo nuevamente.

Llegué a Quillota ayer a las 2 de la tarde, estaba nublado y había poca gente en las calles, tomé un taxi en la plaza, le dije: baje por Concepción, tome Gabriela Mistral y entre por Pudeto.

La casa estaba llena
de tíos y tías,
de primos y primas.

Entré al living y ví el átaud, de madera, con un Cristo tallado, enorme.

Me acerqué lentamente y ahí estaba ella,
bajo el vidrio
con la piel amarilla,
con la mirada escondida,
con la manito sobre su pecho,
con su rosario.


Estan raro ver muerta a la gente que uno quiere,
a la gente que uno vió siempre viva,

es extraño morir,
es lejano,
es cercano,
es triste
y es tranquilo.

Cuando ese cuerpo "descansa" dentro de una caja rectangular y lo dejamos en un cementerio en el que están los huesitos de los antepasados algo como una alegría-tristeza me invade.

Ahí dejamos a la Rebequita, llena de flores,
con su mamá Rosa,
con su amado viejo Manuel,
con su hermano Oscar,
con su nieto Paulito,
con su nieta Silvita.

Ahí quedó la abuelita,
quietita,
subterránea,
mirando a un cerro verde,
con su chaleco gris,
con la manito sobre su pecho,
apretando bien el rosario.